Leche y lácteos ¿súperalimentos o productos ultraprocesados?

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21 enero, 2022

Considerados súperalimentos en otro tiempo, la leche y los lácteos empiezan a ser cuestionados en muchas nuevas generaciones de familias. Frente a la insistencia de rutinas alimentarias más conservadoras que afirman que «hay que tomar leche», la idea de que su consumo sea vital comenzó a ponerse en duda hace un tiempo.

Este alimento y sus derivados (yogur, postrecitos, quesos, manteca) forma parte de la cultura alimentaria argentina. A principios del siglo XX se convirtió en un súperalimento. La industria fomentó y potenció este rótulo con mucha publicidad y nuevos productos.

Sin embargo, cada vez hay más evidencia de que, a pesar de ser un alimento con muchos nutrientes, también genera problemas de salud. A su vez, la industria transformó tanto los lácteos que muchos de ellos ahora son considerados alimentos ultraprocesados.

De todas maneras, profesionales y sociedades médica avalan su consumo. Tanto es así, que las Guías Alimentarias para la Población Argentina (GAPA) recomiendan ingerir tres porciones diarias de lácteos. El argumento es que son una fuente principal de calcio, aportan proteínas de alto valor biológico y vitaminas A y D.

¿La leche y los lácteos son súperalimentos o productos ultraprocesados?

El pediatra Enrique Orchanski, autor de varios libros sobre la infancia, asegura que a inicios del siglo XX la leche de vaca salvó a Argentina y a América del Sur. “Tuvimos una epidemia de tuberculosis. Las madres no podían amamantar porque podían transmitir el patógeno por la leche. A partir de allí, quedó instalada la idea de que la leche es el mejor alimento que hay”, cuenta.

En la década de 1950 la industria empezó a diversificar los productos. Orchanski asegura que desde entonces comenzaron a aumentar los problemas de intolerancia a las proteínas de la leche y a la lactosa. “Y se suma el agregado de azúcar. Los productos derivados de la leche están muy industrializados. Son ultraprocesados porque tienen altas cantidades de azúcar”, advierte.

Y agrega: “Ningún animal consume leche de otras especies. Es una adaptación que hemos logrado, pero no es aconsejable, porque son leches heterólogas, con proteínas ajenas que pueden generar problemas de salud”.

En Argentina, el 97 % de los mayores de 18 años consume lácteos diariamente, aunque solo el 14% llegar a las tres porciones diarias que indican las Guías Alimentarias para la Población Argentina, según una encuesta encargada por la empresa Mastellone (productos La Serenísima).

La leche como fuente de calcio

El principal argumento para promover el consumo de leche de vaca y derivados es la necesidad de acumular calcio durante la infancia y adolescencia para evitar problemas óseos durante la adultez.

“Los requerimientos de calcio están largamente estudiados y no hay controversia. El ser humano necesita consumirlo para un buen funcionamiento del aparato óseo. Y la mayor fuente de calcio es la leche y sus derivados”, asegura Carlos Presman, médico gerontólogo y docente de la Universidad Nacional de Córdoba.

El médico explica que, en los adultos mayores, la enfermedad más prevalente es la osteoporosis (fragilidad de la matriz de los huesos), la que predispone al riesgo de fracturas por caídas.

“Tiene como origen la falta de consumo de calcio en la infancia y la adolescencia. Por eso se dice que la osteoporosis es un enfermedad de los adultos mayores que se inicia en la infancia. Hay que satisfacer los requerimientos de calcio en las primeras etapas de la vida, para evitar problemas en el futuro”, dice Presman.

Y también se sugiere la ingesta de leche y lácteos en adultos mayores. “Siempre debe ir acompañada de actividad física al aire libre con exposición al sol para que se forme la vitamina D que es el complemento del calcio”, aclara.

Orchanski piensa que hay que buscar el calcio en otros alimentos. “Hoy la única lactancia que se recomienda es la materna. La leche de vaca se puede reemplazar con otros productos como la clara de huevo, carnes y legumbres. Estas últimas son las grandes olvidadas en la dieta argentina. Son baratas, aunque pueden ser difíciles de cocinarlas”, detalla.

Y agrega: “Hay que pensar en dietas ampliadas con otros productos. Y analizar si no es conveniente agregar suplementos de calcio y vitamina D durante la infancia”.

Por su parte, la Sociedad Argentina de Nutrición avala el consumo de leche de vaca y lácteos, en general, como la principal fuente de ingesta de calcio.

Consumo de leche entera o descremada

Un mito presente en la sociedad es que los lácteos hacen subir de peso. Para la Sociedad Argentina de Nutrición no es cierto. “No hay que dejar de consumirlos para bajar de peso, ya que no se ha encontrado evidencia que asocie esas variables. Incluso, estudios epidemiológicos muestran una asociación entre el consumo de algunos lácteos y la prevención de la ganancia de peso a largo plazo», subrayó en una nota a la agencia Télam, Marcela Leal, integrante de la Sociedad Argentina de Nutrición.

Un estudio reciente encontró una asociación entre el consumo de lácteos enteros y un menor riesgo de tener problemas cardiovasculares. Esta conclusión es opuesta a otra idea que caló fuerte en la cultura alimentaria argentina: hay que consumir lácteos descremados. Las Guías Alimentarias para la Población Argentina sugieren comer productos descremados.

Intolerancia y alergias a la leche

La leche y los productos lácteos provocan dos problemas de salud importantes:

  • Intolerancia a la lactosa. Comienza al final de la infancia y es la intolerancia alimentaria más frecuente. En las sociedades hispanoamericanas afecta a entre un 50 al 70 % de la población. Provoca dolor abdominal, distensión estomacal, diarrea e inapetencia. La única forma de evitarlo es consumir productos deslactosados o no consumir lácteos.
  • Alergias a las proteínas de la leche. Es un problema más grave y también es muy frecuente en los niños. Los síntomas pueden ser de leves a graves: sibilancias, vómitos, ronchas, problemas digestivos, diarrea con sangre, calambres abdominales y cólicos. “El consumo excesivo de lácteos en un niño de cinco años (más de 600 mililitros diarios de leche o su equivalencia) provoca irritación intestinal y microhemorragias, lo que puede llegar a que el niño esté anémico”, señala Orchanski.

Exceso de azúcar: lo que convirtió a la leche y los lácteos en producto ultraprocesado

Leche y lácteos como yogures y postrecitos ya no son súperalimentos sino productos ultraprocesados que deberían llevar una etiqueta frontal informando el exceso de azúcar. Pueden contener hasta 10 gramos de azúcar por cada 100 gramos de producto. Equivale a ocho cucharaditas al ras en un pote de 200 gramos.

“Para muchas familias, los lácteos y la leche son alimentos accesibles en un país con un 40 % de la población bajo la línea de la pobreza. Incluso el estado da leche a la población de bajos recursos”, reflexiona Orchanski.

Y agrega: “Es difícil definir la dieta y tomar decisiones en condiciones socioecónomicass vulnerables. Pero los que pueden elegir, deberían empezar a eliminar a la leche de su dieta”.

¿La leche y los lácteos son súperalimentos o productos ultraprocesados? Mucha evidencia parece indicar lo segundo.

Hormonas que hacen mal

Soledad Barruti, periodista autora del libro Mala Leche, es contundente: “Un producto que era, a lo sumo, un alimento más en algunas (pocas) culturas alimentarias, fue elevado a la categoría de grupo alimentario propio que no puede faltar en ningún momento de la vida. Sobre todo en la infancia”.

Y agrega: “Esto es así porque la leche no se vende como la mayoría de los alimentos, buscando tentar, sino casi como un remedio: una fórmula que vehiculiza vitaminas, minerales y hasta antioxidantes”.

Barruti cita el trabajo de Ganmaa Davaasambuu, investigadora de la Universidad de Harvard, que estudió el impacto de las hormonas de la leche de vaca en la salud.

Ocurre que la producción industrial de leche obliga a las vacas a estar lactantes y embarazadas al mismo tiempo, por lo que presentan niveles altos de estrógenos que pasan a la leche. Estos estrógenos y otras hormonas vacunas estarían asociadas a un mayor riesgo de contraer cáncer en los humanos que la consumen.

Davaasambuu demostró su hipótesis en estudios con modelos animales y en análisis epidemiológicos de dieta y cáncer de 42 países. Un caso contundente es Japón, donde no se consumía leche hasta que después de la Segunda Guerra Mundial se comenzó a incluir en los menúes escolares. Desde entonces, la ingesta de leche se ha multiplicado por veinte y las incidencias de cánceres de próstata se ha multiplicado por veinticinco, de mama por dos y de ovario por cuatro.

Por Lucas Viano @LucasViano
REDACCIÓN PENSAR SALUD
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